en la ensenada del tiempo,
mi piel se nubla desde la cabeza a los pies
por la pegajosa niebla, que se escurre
desde la insoportable llovizna.
Inútil la sangre se evapora sin tristeza
huyendo de las tempestades, que aprisionan
la pasión, el deseo, cárcel de mí desvelo,
con el imperante grito del alma impura.
En un sueño errante caigo al suplicio
del temor de despertar, en esta afonía,
que se obstina en llevarse mi luz, mi desliz
y me deja las apetencias de un espacio vacante.
Lastimosas palabras y gestos incineraron
el fuego para llenar otra vez
los días y las noches, con el musgo inmortal,
que crece junto al muro de mis lamentos.
Yo, pájaro temeroso, fantasma perdido
gritando a quien nada oye, acecho los umbrales
inhumana y lentamente difundida,
con una voz que se ahoga para siempre.
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